SOBRE NOSOTROS

Haití

Sachita Shah, doctora en medicina de urgencias
en Haití tras el terremoto de 2010

Día 1. Llegada a Haití, 27 de enero de 2010
Cuando volamos a Puerto Príncipe el 16 de enero, la destrucción era patente en numerosas áreas. Entre las ciudades que más habían sufrido los efectos del terremoto se encontraba Carrefour, donde las casas derrumbadas se podían ver desde el avión. El aeropuerto era una zona militar; se había desmoronado un complejo de las Naciones Unidas y había numerosas tropas armadas de las Naciones Unidas y del ejército estadounidense por las áreas colindantes, así como varios grupos de ayuda yendo de aquí para allá. Nos condujeron en vehículos de la organización Zanmi Lasante hasta distintos puntos, donde encontramos que la estructura de los lugares de reunión no inspiraban mucha confianza. Finalmente, terminamos en una oficina en la que nos dividimos en dos equipos: Saint Marc y Cange. Nos pusimos en marcha.

Las calles estaban llenas de gente, de vez en cuando se encontraban casas derrumbadas, y había largas colas de coches junto a los escasos surtidores de combustible que tenían gasolina. Llegamos exhaustos a Saint Marc y encontramos la casa vacía, abandonada; la gente se había marchado precipitadamente a Puerto Príncipe en busca de sus familiares.

En el hospital: Crear orden del caos
Nuestros dos primeros días en el hospital fueron difíciles y traumáticos. Nos encontramos con una sala de operaciones sucia y en mal estado; en el suelo de los pabellones yacían cerca de 200 pacientes, y 40 de ellos necesitaban intervenciones quirúrgicas urgentes por fracturas abiertas y heridas supurantes. Las moscas revoloteaban sobre las heridas infectadas de los pacientes mientras sus familiares, sentados junto a ellos, lloraban. Nuestros pacientes estaban destrozados; muchos de ellos se morían de septicemia, y su orina se volvía negra a causa de la rabdomiólisis. Durante los dos primeros días, nos dedicamos a poner orden en este caos, a pesar de los problemas continuos de seguridad y con las bandas; la falta de agua, comida y provisiones; la ausencia de médicos y personal de enfermería haitianos, y la falta de comunicación con el exterior: no teníamos teléfono ni conexión a Internet. Limpiamos y abastecimos la sala de operaciones; creamos un área de recuperación en un antiguo almacén; limpiamos y construimos camillas, e identificamos, examinamos y ofrecimos consuelo a los pacientes. Establecimos un sistema de determinación de prioridades: primero salvar vidas, luego extremidades, después arreglar fracturas que estaban estabilizadas y limpiar heridas que no eran graves y, por último, prestar atención de seguimiento. Encontramos pacientes con lesiones medulares y fracturas de pelvis que registramos para su evacuación y nos pusimos en contacto a través de mensajes de texto con la Armada de los Estados Unidos, que se encargó de trasladarlos en helicóptero hasta un campo de fútbol cercano. Parecía que el trabajo iba bien…

Pero, a pesar de nuestros esfuerzos, todos los días se presentaban obstáculos y contratiempos imprevistos.

Transcurridas dos noches de nuestra estancia, se produjeron réplicas que sacudieron nuestra casa. Todos salimos corriendo y fuimos al hospital, donde encontramos que la sala de operaciones había sufrido daños y que había varios heridos nuevos que, ante el temor de terminar enterrados bajos los escombros, habían saltado desde sus ventanas o tejados.

Dos semanas después: "Gen la vie la dan"
“Gen la vie la dan” significa “se le ha escapado la vida [para referirse a las extremidades]” en el criollo haitiano. Esta frase se ha oído en las salas del Saint Marc Hospital en demasiadas ocasiones durante las últimas dos semanas. Al intentar dar prioridad a las amputaciones necesarias, nos dimos cuenta de que muchos haitianos preferían la muerte a una amputación, porque la situación y el futuro de las personas discapacitadas físicamente son muy duros. Muchos de nuestros pacientes rechazaron la amputación, a pesar del riesgo de morir por la infección. Su miedo les llevó a abandonar el hospital en busca de una segunda opinión, al cuarto día de nuestra llegada. Otros se resignaron a perder las extremidades muertas. Ania, una joven de 16 años que llegó en estado muy grave con la pierna derecha aplastada, requería una amputación por encima de la rodilla. Mientras la atendíamos en nuestras salas y le cambiábamos las vendas, fuimos conociéndola mejor y nos contó entre lágrimas que su madre estaba hospitalizada en Puerto Príncipe y que había perdido ambas piernas como consecuencia del terremoto. Estuvo practicando cómo manejar la silla de ruedas y caminar con muletas para poder ir a buscar a su madre.

En el séptimo día tras el terremoto se produjeron cinco muertes en una hora. Muchas probablemente a causa de embolias pulmonares, ya que nuestros pacientes no habían salido de sus camas ni habían estado moviendo las extremidades, y, desgraciadamente, no teníamos heparina para prevenir la formación de coágulos. Era devastador correr de un paciente moribundo a otro sin poder hacer nada.

Llega más "ayuda"
Después de que las estaciones de radio locales anunciaran que necesitábamos ayuda, nos vimos inundados con esta "ayuda", y nos encontramos en la necesidad de revisar cuáles eran nuestras necesidades reales. Médicos, personal de enfermería y misioneros llegaban a diario para ayudar, pero muchos de ellos tenían ideas diferentes sobre lo que era necesario hacer, y no siempre la paciencia suficiente para escuchar nuestras recomendaciones. Algunos de estos voluntarios prestaron una ayuda incalculable, como el personal de enfermería de Florida, que trabajó de sol a sombra en la clínica de heridos, o Stéphanie, la especialista belga en medicina interna que vivía en la misma calle y me ayudó a dirigir el departamento de Urgencias, utilizando siempre palabras de consuelo en criollo con los pacientes. Luego, estaban los voluntarios que no eran tan útiles y que tuvimos que echar: como un francés que, fumando sin cesar, trajo un montón de manzanas podridas con la intención de que se las comieran nuestros pacientes, y un grupo bastante agresivo de voluntarios médicos que llegaron una semana después que nosotros y que demostraban unos valores bastante precarios en lo referente al consentimiento informado.

A los médicos y al personal de enfermería haitianos les costó varios días adaptarse al flujo de personas, provisiones y pacientes, y al caos; y hasta el noveno día no se empezó realmente a discutir funciones y responsabilidades.

Trabajo en equipo
La principal barrera la explicó uno de los cirujanos ortopedas del Saint Marc; pensaban que éramos demasiado agresivos con la práctica de amputaciones; ellos habrían dejado que la extremidad se "pusiera negra" antes de amputarla, incluso a riesgo de perder al paciente debido a la infección. El motivo es que ellos también creían que la vida en Haití sin alguna extremidad presentaba un pronóstico sombrío. Hemos tenido que aprender mucho los unos de los otros para llegar a tener un día como el de hoy, en el que trabajamos juntos, concluimos los casos juntos, y sonreímos juntos.

Ahora, día duodécimo de nuestra llegada, y decimoquinto desde el terremoto, nos encontramos en una fase de transición. A pesar de que el recuento de víctimas supera ya las 115 000 y sigue aumentando a diario, de los numerosos campamentos en Puerto Príncipe de gente sin hogar, de la falta de comida, agua, combustible y dinero, la situación empieza a mejorar un poco. En el Saint Marc Hospital, hemos realizado 120 operaciones y nuestros pacientes están recibiendo ya el alta para marcharse a casas y albergues. Han dejado poco a poco de acudir heridos del terremoto y ha llegado un nuevo equipo de canadienses para hacerse cargo. Hoy he cogido la mañana libre para darme una ducha, pensar, dormir y reflexionar. Los médicos y el personal de enfermería local han vuelto para trabajar esta semana, después de enterrar a los familiares y amigos que han perdido en el terremoto. Las conversaciones han tomado un nuevo rumbo y ahora se habla del punto de amputación, los injertos de piel, las posibilidades de donaciones para prótesis, la fisioterapia y el apoyo emocional. El personal de enfermería está recibiendo formación sobre cómo dar la vuelta a los pacientes en la cama y sacarlos de esta para ponerlos en las sillas; se utilizan andadores y muletas, y el tratamiento de enfermedades crónicas está de nuevo funcionando. Es un nuevo periodo… y el camino será largo.

La vida continúa
Cuando pienso en nuestra experiencia aquí, me conmueven la compasión de nuestros voluntarios, tanto haitianos como americanos, y la resistencia del pueblo haitiano. A pesar de una vida ya azotada previamente por la pobreza, son capaces de resistir una desgracia tras otra y seguir sonriendo por las mañanas, tocar música en la calle y retomar los ensayos en el coro de la iglesia. La vida continúa…

Sachita Shah, es doctora en medicina de urgencias en Providence, Rhode Island (EE. UU.).