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Sierra Leona

Scott Farmery, médico anestesista adjunto
del Makeni Hospital (Sierra Leona)

Hace dos semanas, recibí un mensaje de correo electrónico en la cuenta de correo de mi hospital en Londres. Evidentemente, su contenido era muy persuasivo porque, como resultado, estoy ahora sentado en un hospital remoto de Sierra Leona escribiendo estas líneas. El paciente estrella de hoy ha sido Abubakar, un niño de tres años con una cicatriz de quemadura gravemente contraída en la mano. Nanak, un cirujano plástico de Birmingham que he conocido durante este viaje, ha curado la cicatriz descargándola y practicando a continuación un injerto. Abubakar durmió tranquilamente durante toda la intervención en la que se utilizó ketamina y anestesia en el brazo con guía mediante ecografía.

El mensaje de correo electrónico lo enviaba ReSurge Africa, una ONG de cirugía reconstructiva, y en él suplicaban que se enviara a un anestesista para reemplazar al que se había retirado de un proyecto de dos semanas con menos de quince días de antelación. Como por lo general prefiero el sol a la lluvia, comprobé que mis turnos lo permitirían y me puse a soñar con paraísos tropicales. Había visitado lugares similares cuando era estudiante, pero nunca como adulto responsable, así que, antes de meter en la maleta el protector solar y las gafas de buceo, decidí informarme un poco mejor. Las atractivas imágenes se vieron sustituidas por una realidad dura. De hecho, mis descubrimientos resultaban bastante inquietantes: no había dispositivo de anestesia; como agente anestésico se utilizaba normalmente la ketamina, que conocía poco; y había que tratar a una cantidad considerable de niños, que no son mi especialidad. Por último, y lo más grave, no había refuerzos. Yo sería uno de los 120 médicos del país y el único anestesista fuera de Freetown, la capital. Hablé con un colega que había estado en el mismo hospital hacía dos meses y me tranquilizó un poco. El dato crucial fue que las intervenciones eran prácticamente voluntarias; así que, si no me satisfacía algún aspecto de una operación, podría cancelar el caso. No obstante, cancelar todos los casos no me parecía una opción viable, así que necesitaba una alternativa práctica.

En teoría, mi plan B era bueno. Empezaría con lo que conocía, la anestesia local guiada por ecografía en adultos; y, a continuación, introduciría los elementos nuevos, la ketamina y los niños. Al empezar con adultos que debían someterse a cirugía periférica despiertos y con anestesia local del nervio, añadir luego la ketamina y, por último, incluir a los niños, podría mantener un control firme y seguro de todo el proceso. Aunque el plan B no evitaría que me encontrara de repente en aguas demasiado profundas, al menos me permitiría, por así decirlo, comprobar la temperatura del agua y ponerme los manguitos.*

Solo faltaba un pequeño detalle: necesitaba un ecógrafo. El plan B se basaba enteramente en lograr una anestesia local fiable para evitar la ketamina hasta que me sintiera seguro utilizándola. Mi departamento de Anestesiología no podía prescindir de una máquina, así que mis proyectos empezaron a tambalearse. Sin embargo, una llamada a Sonosite resolvió el problema. En Sonosite se mostraron encantados de prestarme un ecógrafo adecuado para mi viaje. Además, se tomaron la molestia de realizar las gestiones prácticas necesarias, incluida la sustitución a toda prisa del dispositivo cuando el hospital rechazó en el último momento el primero que enviaron. Una vez resuelto este factor esencial de la ecuación, confirmé a ReSurge Africa que estaría encantado de trabajar como voluntario. Reservé mis billetes de avión, pagué grandes sumas de dinero para que me dejaran los brazos como un colador con todo tipo de vacunas, y empecé a tomar pastillas. Desde entonces, he pasado por un largo viaje en avión, un viaje en coche por terreno plagado de baches, largos días en la sala de operaciones e interminables noches en blanco debido al calor tropical. En el lado positivo, el personal del hospital nos recibió con los brazos abiertos, los pacientes formaban una cola —más o menos— ordenada, llevamos a cabo algunas intervenciones vitales y la sala de operaciones tenía aire acondicionado: ¡una gloria! Bien pensado, igual debería haber llevado mi cama allí...

De acuerdo con el plan, identificamos a todos los pacientes que necesitaban operaciones, derivamos uno o dos casos por razones de edad —atender a bebés de 10 meses definitivamente quedaba fuera de mi jurisdicción— y ordené el resto de los casos en sentido ascendente, según la complejidad anestésica que presentaban. No hemos parado y el trabajo ha sido duro, pero, ¡cuánto hemos aprendido! Hemos injertado úlceras crónicas, descargado contracciones por quemadura, desbridado heridas infectadas, reparado lesiones de tendones, injertado nervios y transferido músculos para mejorar la movilidad. La intervención más larga, que se hizo ayer, duró 7 horas. He aplicado bloqueos en extremidades superiores, alguna anestesia raquídea y, por último, anestesias generales, también en niños de tan solo tres años de edad. Sin duda he aprendido muchísimo.

Hoy es mi último día y la sala de operaciones del Makeni es un lugar familiar, el personal nos estruja a abrazos a Nanak y a mí, como a viejos amigos, y lo más importante es que los pacientes reciben el tratamiento que necesitan con una anestesia segura y de confianza. A decir verdad, no podría haber hecho mi trabajo, ni de lejos, con la misma seguridad, tranquilidad y comodidad, sin la amable asistencia de Sonosite. Así que, el más sincero agradecimiento de parte del personal, los pacientes y, en especial, de mi parte, a todas las personas que nos prestaron su ayuda en Sonosite. Lo que viene a demostrar que, incluso en la Sabana africana, los manguitos son imprescindibles.

El Dr. Farmery es anestesista y trabaja en el St. George’s Hospital de Londres. También ha trabajado en unidades de respuesta médica a bordo de helicópteros en Londres y Surrey. 

* Los manguitos son unos brazaletes inflables que el nadador se coloca en los brazos para mantenerse a flote.